Formación sí, retorno también. En los próximos días muchos profesionales iniciarán alguna formación complementaria: un máster, un programa superior, un curso de certificación, un taller…
Otros están pensando si hacer o no alguna acción formativa y tomarán su decisión en estas fechas.
Formarse, aprender, incorporar nuevos conocimientos y desarrollar nuevas habilidades es necesario en un mercado laboral en constante evolución, dinámico y competitivo. Y sobre todo hacerlo con criterio y acierto.
Sabemos que por estas latitudes tenemos tendencia a la titulitis, y muchos jóvenes y profesionales senior tienen títulos y certificados para empapelar varias paredes.
¿Son realmente necesarias tantas formaciones? ¿Nos las piden, nos las autoexigimos?
Observo que cursamos formaciones por inercia:
– Porque pensamos que es la única manera para “avanzar” profesionalmente o no conocemos otra manera
– Porque tenemos tiempo libre y/o un dinero, y nos sabemos cómo emplearlo mejor, especialmente tras un despido, en situaciones de desempleo o transición laboral
– Porque nos reportan autoconfianza y seguridad saber más sobre algún tema o tener cierto título o certificado
– Por socializar, pasar el rato, evadirnos de nuestra realidad profesional o relacionarnos con personas con inquietudes parecidas
– Porque imitamos lo que otros profesionales hacen, pensando que seremos como ellos o conseguiremos lo que ellos tienen
– Por una falta de criterio para saber si esa formación nos será útil, y confiamos en que algo nos aportará
He escuchado a varias personas decir abiertamente que son “adictas a la formación” y van encadenando formaciones sin cesar. Mientras sea en positivo y sin perjuicios, es otro hábito o afición más.
Claramente una formación es una inversión: destinas tiempo, dinero y energía. Reorientas tu dedicación a otras actividades y renuncias a otros momentos, experiencias y vivencias mientras te formas.
Quizás eres una de esas personas que acumula conocimientos técnicos y no les da salida.
Quizás buscas ciertos resultados en tus vida y no llegan.
Quizás sabes o intuyes que te falta algo, pero no lo tienes claro.
Quizás lo que necesitas son nuevas ideas que te reporten otra mentalidad.
Quizás lo que necesitas es incorporar nuevas habilidades o mejorar algunas que ya tienes.
En todo esto una formación te puede servir.
¿Placer o necesidad?
Distingo claramente 2 motivaciones, que nos empujan a hacer una formación y debemos ser conscientes en cuál de ellas nos movemos, con total sinceridad y acierto.
- Por el placer de aprender y adquirir nuevos conocimientos y habilidades: sin expectativas y sin un retorno esperado.
- Por aspirar a una mejora y evolución profesional, como inversión y aquí sí que es clave el retorno obtenido.
¿Mides y evalúas el retorno de tus formaciones?, ¿antes de hacerlas?, ¿después?, ¿nunca?
Quizás sea una buena práctica que deberías incorporar.
Erróneamente pensamos que para poder llevar a cabo alguna inquietud personal o profesional, para acceder a ciertas oportunidades laborales o para conseguir algún resultado, una formación determinada es un requisito indispensable.
Y en general no es así.
Muchos programas y formaciones no ofrecen garantías sobre los objetivos y resultados que sus alumnos persiguen. Otros sí.
Cuanto te plantees o te ofrezcan una formación, pregunta, valida, habla con los responsables académicos, con antiguos alumnos… contrasta que está alineada con tus intereses. La formación es una actividad económica también, una fuente de ingresos para muchas organizaciones, y hay muchos intereses y competencia… Por tanto, es relevante estar bien asesorado académicamente y de manera independiente. Y no perdamos de vista también que hay otras habilidades para seguir avanzando, incluso crecer ilimitadamente.
Y sí, todos los días se aprende algo, si tenemos la actitud para ello.